

Soledad Fariña Vicuña (Antofagasta, 1943). Estudió Ciencias Políticas y Administrativas en la Universidad de Chile; Filosofía y Humanidades en la Universidad de Estocolmo; Ciencias de la Religión y Cultura Árabe en la Universidad de Chile, es Magister en Literatura por la Universidad de Chile. Ha publicado los siguientes libros de poesía: El Primer Libro (1985); Albricia (1988, 2010); En Amarillo Oscuro (1994); La Vocal de la Tierra (1999, 2012); Otro Cuento de Pájaros (1999); Narciso y los Arboles (2001); Donde comienza el aire (2006); Se dicen palabras al oído (2007); Todo está vivo y es inmundo (2010); Pac Pac pec pec (2012); Ábreme (2012) e Yllu (2015). En 2012 publicó la versión de poemas de Safo Ahora, mientras danzamos. Además de Chile, libros suyos han sido publicados en México y España. En 2006 recibió la beca John Simon Guggenheim, en 2007 fue nominada al Premio Altazor. En tres oportunidades ha recibido la beca del Fondo del Libro y la Lectura. Ha sido profesora de literatura en la Universidad de Chile y ha impartido talleres de poesía en distintos colegios y universidades.
Atestiguar, ser testigo y parte. Poemas de Soledad Fariña
Con motivo del asesinato de dos jóvenes en la marcha estudiantil en Valparaíso, el pasado 14 de mayo de 2015, Soledad Fariña comenzó su intervención con el siguiente texto:
Ya, perdón, le dije,
nosotros andábamos haciendo arte
en la calle,
ahí, en esa esquina.
De repente apareció terrible agresivo.
Yo le dije: Ah, perdón, no sabía que era tuyo,
te reconozco que hice un error
y ahí empezó a pegar.
Salió, un hijo creo que era,
pegó dos balazos, le llegó a un cabro,
al otro le dio un ataque de epilepsia.
No, na que ver con los grafittis, venían de otra parte,
eran estudiantes universitarios.
Se lo reconocí en la cara, le pedí perdón. Era un hombre formal.
Toda la gente vio todo.
Palabras de Ignacio, grafitero de Villa Alemana)
ELLA. CONFESIONES DE CINCO FEMICIDAS
1
Ella dormía.
Hundí la hoja en su
garganta. Una vez y otra.
No despertó. No abrió los
ojos.
Al lado de la cama
esperé a que se desangrara.
2
Levanté su cabello,
el cordel lo pasé detrás
de su cabeza,
alrededor del cuello.
Tomé las puntas del cordel y forcejée.
Pero ella no hizo nada.
Estaba boca arriba con los ojos
abiertos. Como quien mira al cielo.
3
Me iba a hacer sexo oral.
Con sus manos la tomé por el cuello
durante tres minutos.
No gritó. La dejé ahí,
con sus zapatos rojos.
4
Quería marcarle
la cara
deformarla.
Se jactaba de su
rostro perfecto.
5
Me acerco y la saludo.
Ella me mira.
Le doy cinco estocadas.
Ella no grita.
Yo no hablo.
Ella susurra.
(Textos leídos en el Encuentro de Literatura de la Fundación Farenheit, Bogotá, 2014, cuyo eje temático fue la violencia en contra de las mujeres).
[ALFA...]
ALFA
-le digo
ALFA
Alfalfa olorosa
brota
enjugo el rostro
enjugo el paño
surca carne la huesa
la angosta
carne la prieta
la marga huesa
ALFA
Alfalfa amorosa
mi tierno dulce
Falfa mi suave
la escama cae
trepa la larva
el rostro el paño la marga huesa
-me dice
la costra negra
la carne prieta
la marga taja
la surca cuenca
la tibia -dice
-me dice
Fabla -le digo
Fabla mi tierno dulce
mi amarga suave
Fabla
abre la cuenca
escarba
brota
la cuenca huesa
la blanca suelta
la suave DOBLA
HABLA
-le digo
(se dobla)
HABLA
HAY UNA SUAVIDAD EN ESE MONTE
EN ESA CURVATURA
Diluida cae deviene la arcillosa
las yemas esparcen la tintura acuosa por esa
superficie curva
- Hay una suavidad en ese monte en esa
curvatura, susurran los choroyes,
hay una tibieza incitadora, hay unos
misterios insondables en esa curvatura
Acaricia la tinta, bajan las yemas acariciando
con ademanes suaves, pero hay un musgo adherido
hay una maraña tupida que estorba detiene
el deslizar
separan los machetes afilados la maraña
tupida
DESHIERBAR LA HONDONADA,
BUSCAR EL ESCONDRIJO
Avanza ciega la bandada afilando sus picos
deshierbar la hondonada buscar el escondrijo
Avanza ciega la bandada afilando sus picos
- ¿Por qué esa oscuridad?
abierto el ojo abierto en esa oscuridad
- Tierra a la tierra vuelta, desciende el guiño
azul a la mueca cuarteada mi acuosa mi arcillosa
punza suelta desgarra
rojo a la llama blanca, mugidos subterráneos
en esa oscuridad: tomar el gran pincel
afilar el cuchillo perder la empuñadura
hendir abrir hasta perder
no hay recorrido previo
había que pintar el primer libro
pero cuál pintar cual primer
(De El primer libro)
EL CANTO DE LA MADRE
Quiero pensar siempre en la antigua y sombría Devi
De el Deseo la agita: su bello rostro chorrea de sudor amoroso.
Lleva un collar de bayas rojas y negras
está vestida de hojas.
Tantras, Himno IV
Juventud
(Recitativo corto)
Vamos, Chuzo, vamos! entierro mis talones desnudos en sus ijares, él levanta un instante las orejas nerviosas y se lanza en carrera veloz hacia el otro potrero, el de las amapolas, a lo lejos distingo el horizonte rojo. Vamos vamos, apuro, sola, montando en pelo, mis muslos transpirados rozan se incrustan en su pelaje húmedo, somos uno Chuzo, le digo, Chuzo Chuzo, él entiende mi desvarío por el sol, por el aire, el olor de la alfalfa del potrero, la carrera sin límite hasta llegar a este océano rojo, intenso, extenso… nadie cree que esto es real, ¿qué importa?, montar así es cosa de animales, sí, soy salvaje, contesto besándole las belfas, a él no le importa, de un salto atraviesa la zanja y ya estamos, chuuuuu, chuuuu, le digo tirando hacia atrás las riendas, él me entiende y se detiene en seco, me deslizo por su lomo, él baja la cabeza y roza un poco la yerba, luego me sigue en mi carrera: rojo, rojo, digo sintiendo la caricia de los pétalos hasta que extenuada me dejo caer, Chuzo Chuzo, aquí aquí; él, más parsimonioso, al fin dobla sus patas y se echa, ojo y ojo se encuentran, se espejean, movimiento nervioso orejas belfas hocico, miro: rojo abajo, azul arriba, en medio oliéndonos, gustándonos, mi caballo y yo misma, éste es el universo
(De Yllu)
HOMENAJE A GUADALUPE SANTA CRUZ
Sumándose al homenaje realizado por Elvira Hernández, Luz María Astudillo y Julieta Marchant, Soledad Fariña leyó el siguiente texto de la escritora Guadalupe Santa Cruz, fallecida en enero de 2015:
Todo es bajo en aquel río visto en la pantalla[1], vasto hacia los costados, de dispersos brazos que serpentean entre la vegetación rala, sin borde, sin límite: piedras, arena, maleza. Corre en una dirección, pero lo hace también hacia los flancos, se bifurca en aparentes acequias traza el suelo.
La tierra habitada parece una extensa ribera, pero como toda orilla lo es, se vuelve su contrario, una franja, isla entre no se sabe qué, territorio estrechado por las aguas, orilla única asomada a algo que no se percibe.
Es la lentitud del habla desarticulada de la vieja apoyada contra la nada, de espaldas a un paisaje detrás del cual se adivina la ciudad. La vieja se asienta en lo que quizás es un patio armado con sillas de madera empajada, latas, tablones y vino, en el pequeño alto de un desnivel sobre esos suelos difuminados donde profiere palabras arrítmicas, a destiempo. Escupe su soliloquio a otro fantasmal. No es siquiera un terraplén sobre el vacío lo que su lengua tiene por piso, sino la extraña perspectiva de una medianía ocupada como terraza, diario vivir abstraída de los relieves y las aguas. Allá abajo, entre los matorrales, el campo donde quizás ocurre el río, los meandros de ese río que arroja gente. Cuerpos hundidos en la ciudad, rescatados en este fuera de tiempo. La vieja le da la espalda a todo, porque esa pequeña altura de la tierra que habita, esa terraza natural, no es para mirar, sino un respaldo para su silla y dejar atrás.
Guadalupe Santa Cruz.
Ojo líquido