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Natalia Figueroa (La Serena, 1983). Licenciada y Magíster en Lengua y Literatura, ha publicado poemas, artículos y ensayos de crítica literaria en diferentes soportes. Directora de la revista de literatura y política 2010, editó la muestra de poesía Tierra Incógnita (2012) y en 2014 publicó su libro de poemas Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo (Das Kapital). Actual candidata a Doctora en Literatura por la Universidad de Chile, se desempeña como profesora en la Universidad de La Serena. 

Texto de apertura de la sesión

 

En 1987 se realizó en Chile el “Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana”, evento autogestionado por Carmen Berenguer, Lucía Guerra, Nelly Richard, Diamela Eltit y Eliana Ortega. Y si bien a partir de entonces se han realizado en Chile numerosos encuentros o ciclos de lectura de escritoras, interesa destacar este congreso por que se articuló sobre lo que entonces llamaron “una doble ruptura del silencio”: por una parte, del silencio y de la postergación histórica de la mujer y de lo femenino. Por otra, del silencio de quienes escribían bajo la dictadura. Así, en el contexto del Chile de los años ochenta, aquel Congreso tuvo un significado y un sentido político claro.

          A casi treinta años de ello, en un país democrático –al menos en su denominación-, el panorama no ha cambiado en lo que se refiere a cómo la mujer ocupa su lugar y, en el plano literario, a cómo la literatura escrita por mujeres es inscrita y recepcionada. Una institucionalidad literaria masculinizada y por ello, precaria en su definición, ha intentado  prevalecer como la tradicional. Este no es un tema menor, puesto que la literatura tiene un rol importante en la forma en que construimos nuestro imaginario. Por eso, resulta inquietante no sólo ver que la literatura femenina es desvalorada, sino también darse cuenta de que el tratamiento que algunos escritores le dan a la mujer en sus textos, la muestra en muchos casos como un simple objeto. Esto da cuenta de una incapacidad cultural de abrirse hacia el otro, hacia formas de ser distintas y captarlas en su singularidad y complejidad. Sin duda, las mujeres también hemos tomado parte en este modelo que acá criticamos. Así por ejemplo, algo que quedó patente en el Congreso de 1987, fue la idea de una comunidad y solidaridad entre mujeres, cuestión que con los años se ha visto tristemente disuelta.

          Por eso este encuentro es un acto de reactualización de ese espacio común. No sólo eso, es una toma de posesión de la palabra literaria de las mujeres, un acto para posicionar y visibilizar esta palabra. Sabemos que lo femenino y lo masculino responden a pulsiones que están en potencia en toda persona: ni lo femenino es privativo de la mujer, ni lo masculino del hombre y ambas tendencias, si se hacen presentes, pueden enriquecer la mirada. Toda escritura y visión se verían enriquecidas si se asumieran y se exploraran estas pulsiones. De ahí que Islas Nuevas, si bien es un encuentro de escritoras, tiene un interés que rebasa la diferencia sexual. No se trata de hacer de un feminismo anquilosado un asunto literario, sino de valorar las identidades: una mujer puede escribir de lo que quiera, por eso reivindicamos el que una mujer tome la palabra con imaginación para fundar mundos propios y originales, más allá de los deberes, la moda y lo políticamente correcto, y sin tener que justificarse porque es mujer o porque por ejemplo, es mapuche.

          Estar aquí reunidos y reunidas, con ganas de escucharnos y leernos, significa romper con la visión tradicional que ha querido prevalecer como una verdad absoluta, y comenzar a conocernos.  

 

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