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Poemas de Mirka Arriagada

 

 

CASA NATAL I

 

Un día nos traccionan

del lecho marsupial

y la vida está muy fría.

 

Caemos en este recipiente.

 

Te entregan una madre, un padre.

 

El padre captura animales

para tu álbum de láminas.

La madre ordena la tierra

debajo de la alfombra.

Cuelgan el cielo en la ventana.

 

Todo está en orden:

los duendes en las sombras,

las puertas en sus bisagras,

el beso en la frente.

 

Entonces estás en casa.

 

Uno habita esa casa

como la tortuga su caparazón

y nos es dado un tiempo vegetal

de geotropismo negativo

y un mundo

cuya inmensidad termina

en el muro del patio,

tras el cual deben estar otros patios similares

o una plaza,

madre de todos los patios,

señora del algodón dulce.

 

 

CASA NATAL V

 

Yo tenía unos zapatos verde manzana,

una muñeca inglesa que se llamaba Pituca.

Tenía una casa entre dos esquinas blancas,

el viento me llevaba por la calle Gallo,

con un vestido de encaje

y hambre para el almuerzo.

Tenía el tono de piel de la gente del norte,

el ombligo con mugre,

las rodillas con moretones.

 

Robaba hostias en un colegio de monjas.

En castigo un lobo me perseguía,

hasta que llegaba la madre,

y el bosque volvía a ser casa.

 

Recuerdo un varadero pestilente

donde echaba a correr navíos mínimos,

hasta hacerlos encallar

en mi mente caleidoscópica.

 

Y de pronto

se rompen las fronteras del estanque.

Es decir:

hay un día en que uno parte.

 

No se lleva canasta,

eso es sólo en los cuentos.

 

Mi nombre pasó a ser mi dote

lo aprendí entero para darme importancia.

 

Yo tenía unos zapatos color verde manzana

y la tranquilidad de no saber cuál sería mi muerte.

Yo tenía unos zapatos color de manzanas verdes.

 

 

CASA NATAL VII

 

Yo iba a vivir sola.

Todos vivían solos en mi país.

País desolado.

Puro Chile es tu cielo asolado.

 

Los hombres     sol.

Las mujeres      luna.

Hacemos el amor durante los eclipses.

Por eso nuestros niños son oscuros.

 

La soledad llegó a ser más ancha

que mi espalda.

 

En mi país no hay héroes.

Nadie ha vencido su soledad.

 

 

CASA NATAL XII

 

Vengo de un lugar

donde la poesía no existe,

donde todo es exceso y consumación

 

Un país de días largos

y predicadores, derramando su plegaria

en el pequeño territorio de mis pies.

 

Burlé el hastío de las tardes de provincia

arrebatando los sueños más barrocos

y un puñado de juglares (eso animales mágicos),

incrustados como anillos

en el abierto joyero de la menoría.

 

Me llegó en cascadas el lenguaje

y la desmesura se aposentó en un lago

gemelo del cielo.

Flotaban esquirlas de un paraíso dinamitado

y en remolinos de hartazgo

las repatriaba a la vida.

 

Pero no había vida.

Sólo exceso y consumación.

 

Entonces,

todo aquello que pensaba:

tablas de la ley,

códigos filogenéticos

y becerros de oro,

precipitaban al fondo del lago

como objetos muertos,

desalojando volúmenes similares

de agua santificada.

 

Un día

todo devendría pantano,

cieno,

légamo,

limo

y un camino

en espiral

al otro lado del mundo.

 

Dejé mis sombras frescas servidas en el plato

como alguien que ya vuelve.

 

(De Autobiogeografía)

 

 

LA VIDA ES UNA HERIDA

 

Me duelo entera

Me duelo intensamente

acorralando nostalgias en el patio trasero

acercando lámparas al intestino de la noche

que todo lo traga lo engulle todo

Ha sido el dolor amante fecundo

estoy pariendo hijos en desgracia

Cristo deja caer la cruz

y corre por un parte

El evade

él también evade

Hay ríos destinados a desiertos

Hay desiertos destinados a maternidades

Yo me destino a mi dolor

Has de saber: El destino perdió su destino

Un niño traga leche en el cadalso

Qué perdida estaré ante la ley divina

Salvado sea el esperanzado

No creo

No creo

No me salvo y me duelo

Me imagino tendida en la tumba

La imaginación duele tanto como el cuerpo

La mente está cruzada de grietas profundas

¿Qué es lo que busco al fondo del armario?

Mortajas

Mortajas

Mortajas

La vida es una herida

que se cierra con tierra.

 

(De Lamentaciones, gemidos y ayes)

 

 

ESTATUILLA

 

He aquí el Amor

en la mesa de disección

entre el paraguas y la máquina.

Aburrido de la repetición y el exceso

pide morir, sin haber aprendido a amar.

 

He aquí los trozos del Amor

una pierna sola como un juguete roto

que la madre tira a la basura

y los niños recuperan una y otra vez

hasta la exasperación.

 

¡Cambia la cara Amor!

La mueca ofendida,

el mohín humillado,

el amor propio no es Amor.

 

Crees morder a tu amante

pero te muerdes la cola

como el Uroboros.

Un espejo frente a otro espejo.

 

Recompuesta la Estatuilla

de la Diosa de la Felicidad,

el pegamento sostiene la mano mal pegada

con su mal augurio.

 

Estrella la Estatuilla contra el muro,

separa lo unido por fuerza,

la media naranja y el medio limón.

 

Te verás nacer en otra,

ésa que lleva el Amor como un vestido

con naturalidad.

 

(De Cuando el amor se echó a morir como un perro)

Mirka Arriagada Vladilo (Antofagasta, 1964), poeta y psiquiatra. En 1987 funda junto a otros poetas el colectivo de poesía “Lilith” que concluye su trabajo en 1990 con el “Primer encuentro de Poetas jóvenes Chileno-Argentino en Democracia”. En 1991 organiza junto a los poetas Juan Pablo del Río y Naín Nómez “El Primer Homenaje de la ciudad de Santiago al Poeta Pablo de Rokha”. Ha publicado los libros de poesía Lamentaciones, Gemidos y Ayes (Editorial Las Dos Fridas,1998), Autobiogeografía (Autoedición, 2002), y

Cuando el amor se echó a morir como un perro (Mago Editores, 2014).

 

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